jueves, 31 de marzo de 2011

El escarabajo más grande de Europa

Octavio Gómez Milián me pide que desempolve mis recuerdos y anécdotas sobre el tercer disco de El Niño Gusano, El escarabajo más grande de Europa, para un especial en su programa de radio. Lo hago con mucho gusto.


El escarabajo más grande de Europa era el tercer disco de estudio de El Niño Gusano. Auspiciado al 100% por la multinacional RCA/BMG, con él el grupo buscaba la madurez. Iba a ser un punto de inflexión para futuros discos, pero el tiempo le ha adjudicado un papel de epitafio que le va como un guante por la imagen algo fría de la oportuna portada de Óscar Sanmartín y el tono melancólico de perdedores que hay en muchas de sus canciones.

El Niño Gusano pidió a su compañía que el disco fuera producido por Gorwel Owen (productor de grupos como Gorky’s Zygotic Mynci o Super Furry Animals). No salía excesivamente caro. Pero Gorwel Owen tenía una agenda muy comprometida y se buscó un plan B. Al final, se fueron a grabar a la sierra madrileña y lo hicieron con Joaquín Torres (ex guitarrista de Los Pasos). Joaquín Torres había producido con anterioridad a grupos como Tequila y 091 y a los grandes spanish crooners como Julio Iglesias y Camilo Sesto. Lo que pocas personas sabrán es que la presencia de Joaquín Torres (siempre según la crónica del nº 2 de la revista On The Rocks) casi llega a servir para que Camilo Sesto, a quien Sergio Algora consideraba el Scott Walker español, colaborara en algún coro del disco.

Antes de grabarse El escarabajo más grande de Europa, gracias al propio Sergio Algora, tuve oportunidad de escuchar alguna canción en versión maqueta. Recuerdo “No hay noticias”, que al final fue descartada y recuperada posteriormente para Fantástico entre los pinos. Sonaba larga, cruda, triste y extraña. Recuerdo “Casanova”, mucho más pop. Y creo recordar también “Tolkas”. El título de esta última es anecdótico: en uno de los Shamman Festival de Zaragoza, El Niño Gusano actuaba junto con Dr. Explosion, entre otros. Mientras estos tocaban, El Niño Gusano, entre bambalinas, había acabado con la existencia de alcohol. Así que, a la vuelta de su concierto, la gente de Dr. Explosion tuvo que conformarse sólo con los refrescos: “To’l Kas pa mí, to’l Kas pa mí”, iba gritando el cantante (“Todo el Kas para mí”).

La primera canción del disco que escuché por la radio, recuerdo perfectamente que fue “La Clínica de la Radio y la Televisión”. Muy pop y nueva ola, parecía un tema todavía del disco anterior, “El Efecto Lupa”. Sonaba muy bien. Aún no me explico por qué ninguna cadena de TV se la agenció para autopublicitarse. El título también parte de otra anécdota: el grupo solía ir a reparar sus instrumentos a un local zaragozano que, precisamente, llevaba ese nombre. Lo curioso del caso es que el dependiente podía sacarte, recién operados, la guitarra o el bajo en una camilla y arropados por una sábana. Igual que si fuera un paciente en estado de convalecencia. Cuentan que cuando el grupo llevó allí el disco y el dependiente pudo comprobar que había una canción con el nombre de su local, no pudo reprimir una lagrimilla.

Sin embargo, mi canción favorita del disco es “Un rayo cae”. Me gustan en ella la melodía, el sonido tan pulcro y la letra tan personal, que aúna por igual melancolía costumbrista e ironía made in Algora. Pero también me traen muchos recuerdos muy personales “Ángel Guardia” con unas letras que ahora se me antojan casi proféticas, “El jefe de las Tortugas” con esas trompetas finales que recuerdan brevemente al Hey Hude de los Beatles o “El fabricante de alas de mariposa” a medio camino, salvando las distancias, entre los sonidos de Low y de Red House Painters.

También recuerdo a Sergio Algora, en la sala Oasis de Zaragoza, acompañando el final de “Papel de regalo” con una guitarra de una sola cuerda. Aquella tontería me hacía gracia, no sé por qué. Quizás porque, alejado de toda iconografía de músico pop, Sergio Algora era, efectivamente, el antiguitarrista de una Rickenbacker de doce cuerdas. Una antiestrella, un tipo normal; pero al mismo tiempo muy, muy especial.

Con el paso de los años, El escarabajo más grande de Europa creo que ha logrado el status de disco clásico de los años 90. Son raros los listados y compilaciones de pop indie español en donde el disco no aparezca entre los más destacados de esa década. Sergio Algora solía decirlo así: El Niño Gusano era como el Cid Campeador. Capaz de ganar batallas después de muerto. Y así es.

Larga vida en mi memoria para El Niño Gusano y para Sergio Algora. Ellos y La Costa Brava formaron parte de la BSO de una época importante en mi vida. Es escuchar una de sus canciones y sobrevenir un alud de recuerdos de caras, de bares, de conversaciones nocturnas y situaciones divertidas. Parece increíble que hayan pasado más de una docena de años y que la portada polar del disco siga resplandeciente, de tan blanca y lúcida, como entonces.


La genuina Clínica de la Radio y la Televisión

jueves, 10 de marzo de 2011

Charles Simic: "El lío con la poesía"

Lo único para lo que siempre ha sido buena la poesía es para hacer que los niños odien la escuela y brinquen de alegría el día que no tengan que ver más otro poema. Todo el mundo entero coincide en ello. Nadie en su juicio, jamás, lee poesía. Incluso entre los teóricos literarios de hoy día está de moda señalar como inaccesible toda la literatura, especialmente la poesía. Que algunas personas todavía continúen escribiéndola es una rareza que pertenece a alguna columna “Créalo o No” del periódico.

Cuando los poetas encomiaron a los dioses y a los héroes tribales y glorificaron su sabiduría para la guerra, fueron tolerados, pero con la aparición de la poesía lírica y la obsesión del poeta con el ego, todo cambió. ¿Quién quiere oír acerca de la vida de seres insignificantes, mientras los grandes imperios se erigen y caen? Todas esas fruslerías sobre estar enamorado, besuquearse y experimentar detenidamente la alborada del día mientras canta el gallo, es de lo más risible. Maestros, clérigos y otros policías de la virtud siempre han sido cómplices de los filósofos. Ningún modelo ideal de sociedad, desde Platón, ha aceptado a los poetas líricos, y por abundancia de buenas razones. Los poetas líricos están siempre corrompiendo a los jóvenes, haciéndolos ahogarse en autocompasiones y condescender en embelesamiento. El sexo sucio y la falta de respeto por la autoridad es lo que los poetas han susurrado en los oídos de los jóvenes por siglos.

“Si él escribe versos, échalo a patadas”, se le aconsejó a un novel padre hace dos mil años en Roma. Y eso no ha cambiado mucho. Los padres de familia todavía prefieren que sus niños sean taxidermistas y recaudadores de impuestos en vez de poetas. ¿Quién puede reprocharles? ¿Preferiría usted que su única hija sea poeta o mesera de un club nocturno? Esa es una dura elección.

Incluso los verdaderos poetas han detestado la poesía. “Hay muchas cosas tras este engaño”, dijo Marianne Moore. Y ella tenía su punto de vista. Algunas de las cosas más estúpidas que los seres humanos han proferido se hallan en la poesía. La poesía, como regla, ha avergonzado tanto a individuos como a naciones.

La poesía está muerta, han gritado felizmente por siglos los enemigos de la poesía y aún lo hacen. Nuestros poetas clásicos, nuestros profesores en boga nos lo han dicho —en tanto que ellos no son más que un manojo de propagandistas de las clases gobernantes y de la opresión masculina—. Las ideas una vez promulgadas por los carceleros y asesinos de los poetas en la Unión Soviética son ahora un gran éxito en las universidades americanas. El esteticismo, el humor, el erotismo y todas las otras manifestaciones de la imaginación libre son sospechosas y deben ser censuradas. La poesía, esa tonta diversión de lo políticamente incorrecto, ha dejado de existir para nuestras clases educadas. No obstante, a pesar de ellos, la poesía se sigue escribiendo.

El mundo parece siempre premiar la conformidad. Cada época tiene su límite oficial sobre lo que es real, lo que es bueno y lo que es malo. El ideal es un plato hecho de deshonestidad, ignorancia y cobardía servido cada noche con un aspecto serio y un aire de la más alta integridad por los noticieros de televisión. La literatura también está preparada para unirse a ello. Su tribu está tratando siempre de reformarte y de enseñarte sus modales. El poeta es ese niño que, de pie en la esquina, con la espalda vuelta a sus compañeros, piensa que está en el paraíso.

Como si eso no bastase, los poetas, todos lo sabemos, son mentirosos de campeonato. “Llegas a mentir para mantenerte medianamente interesado en ti mismo”, dijo el novelista Barry Hannah. Ello es especialmente cierto para los escritores de versos. Cada uno de ellos cree que impostándose a sí mismo dice la verdad. Si no podemos ver el mundo tal como es en realidad, se debe a las capas de metáforas muertas que los poetas han dejado en todas partes. La realidad es sólo un viejo y descascarado cartel de la poesía.

Los filósofos dicen que los poetas se engañan a sí mismos cuando moran amorosamente en los detalles. La identificación de lo que permanece intocable por el cambio ha sido la tarea del filósofo. La poesía y la novela, al contrario, han sido recreadas con lo efímero —el olor del pan, por ejemplo—. Por lo que a los poetas concierne, sólo los tontos son seducidos por las generalizaciones.

Cielo y tierra, naturaleza e historia, dioses y demonios están todos escandalosamente reconciliados en la poesía. Por analogía se dice que cada cosa es todo, todo es cada cosa. Por consiguiente, los mejores poemas religiosos están cargados de erotismo. Subjetivamente, los poetas pretenden también trascender ellos mismos a través de la práctica de hallar su identidad en las cosas lejanas y apartadas. En un buen poema, el poeta que lo escribió desaparece para que el poeta-lector pueda llegar a existir. El “yo” de un total extraño, un chino antiguo, por ejemplo, nos habla desde el lugar más confidencial dentro de nosotros mismos, y nos deleitamos.

El verdadero poeta se especializa en un género de alcoba y metafísica de la cocina. Soy el místico de la cacerola y mi amor son los rosados dedos del pie. Como cualquier otro arte, la poesía depende del matiz. Hay muchas maneras de tocar el encordado de una guitarra, de besarse y morderse algún dedo del pie. Los músicos de Blues saben que unas pocas notas debidamente tañidas tocan el alma, y así lo hacen los poetas líricos. La idea es que es posible hacer platos asombrosamente sabrosos con los ingredientes más simples. ¿Fue Charles Olson quien dijo que el mito es una cama en la cual los seres humanos hacen el amor a los dioses? Mientras los seres humanos se enamoren y compongan cartas de amor, los poemas tendrán una razón de ser.

La mayoría de los poemas son bastante cortos. Lleva más tiempo estornudar naturalmente que leer un haikú. Sin embargo, algunos de estos “pequeños” poemas han acertado a decir más acerca de la condición humana, en unas pocas palabras, que siglos de otros géneros de escritura. Los poemas cortos y ocasionales han sobrevivido por miles de años desde la épica y sólo lo tocante a todas las cosas ha crecido ilegible. El misterio supremo de la poesía es la forma en que tales poemas lanzan un hechizo sobre el lector. El poema es absolutamente entendible después de una lectura, y casi inmediatamente uno quiere releerlo de nuevo. La poesía es, en conjunto, repetición que nunca llega a ser monótona. “¡Más!”, gritarían en coro mis hijos soñolientos después de terminar de leerles algún cuento para niños. Para ellos, como para todos los amantes de la poesía, hay sólo más, y nunca bastante.

Es la calidad paradójica de la poesía la que precisamente le da su sabor. La Paradoja es su condimento secreto. Sin sus numerosas contradicciones y su impertinencia, la poesía sería tan blanda como un sermón del domingo o el discurso de un presidente. Se debe a sus muchas y deliciosas paradojas que la poesía haya derrotado y sobrevivido continuamente a sus críticos más duros. Cualquier intento de reformar la poesía, de hacerla didáctica y moral, o aún de restringirla dentro de alguna “escuela” literaria, es entender mal su naturaleza. La buena poesía nunca se ha desviado de su propósito de ser una fuente inagotable de paradojas acerca del arte y la condición humana.

Sólo un estilo que es un carnaval de estilos devela la irreverencia que me parece apropiada para la poesía hoy. Una poesía, para abreviar, que tiene la recepción de un cable de televisor con más de trescientos canales, más hechos extraordinarios que ficciones, falsos milagros y supersticiones en escaparates del supermercado. Un poema que es como un espectáculo de Elvis Presley en Marte, la mujer con tres tetas, el cuadro de un perro que se comió la mejor obra de Shakespeare, la noticia de que el infierno está atestado y de que ahora en el cielo se están estableciendo los pecadores más perversos.

Aquí, por ejemplo, viene un compañero sin casa ni hogar cuya cabeza calva perteneció una vez a Julio Cesar. ¿No te vi vociferando en un stip-tease, ayer, en el Times Square, le pregunto? Cabecea felizmente. Mi siguiente pregunta es: ¿Aníbal cruzará de nuevo Los Alpes con sus elefantes? “Observa afuera a la querida poeta”, es su respuesta. “Si llega a girar con su carro lleno de compras, de libros viejos y ropa usada, alístate para oír un poema.”

Eso me recuerda que mi bisabuelo, el herrero Philip Simic, murió a la edad de noventa y seis en 1938, el año de mi nacimiento, después de regresar tarde a casa, una noche de taberna en compañía de unos gitanos. Pensó que lo ayudarían a dormirse, pero murió en su propia cama con los músicos tocando sus canciones favoritas. Eso explica por qué mi padre cantaba canciones de gitanos y por qué yo escribo poemas, porque como mi abuelo, yo no puedo dormir en las noches.

"El lío con la poesía", Charles Simic.
Revista Trimestral de Michigan 36, no. 3 (invierno de 1997).
Traducción de Óscar Pinto Siabatto.

lunes, 7 de marzo de 2011

Ecos de Criatura 5


Manuel Margarido escribe aquí sobre el nº 5 de la portuguesa revista de poesía "Criatura", donde iban una docena de poemas míos traducidos al portugués por Luís Filipe Parrado y Diogo Vaz Pinto.