lunes, 27 de enero de 2014

Poemas para la revista "Prisma"


En el nº 19 (diciembre de 2013) de la revista "Prisma", editada por la Fundación Internacional Jorge Luis Borges y dirigida desde Buenos Aires por Claudia M. Capel y María Kodama, aparece una serie de poemas míos junto a textos de Olga Khokhlova, José María Zonta, Hugo Morales Solá, Pablo Queralt, Juanfran Molina, Claudia M. Capel y el mismo Jorge Luis Borges.

Uno de esos poemas míos incluidos es "La cepa que asciende hacia la luz", perteneciente a Fundido en negro (DVD, Barcelona, 2008), libro hoy descatalogado.

 

LA CEPA QUE ASCIENDE HACIA LA LUZ
(CINCO KOAN)

¿Qué único río posee sólo una orilla?
¿Dónde guarda la niebla todos sus kimonos?
¿Qué ruido hace la fruta que cae en la isla desierta?
¿Es blanca la nieve en la oscuridad de la noche?
¿Qué mantra les fue entregado a las abejas
que hoy zumban en el jardín de invierno?

―Muchas son las preguntas, maestro Sozan,
que acuden a posarse en mi copa de vino.

―Bebe tranquilo, Seizei; pues todas las preguntas
cuelgan del mismo racimo.

―Maestro, ilumíname:
tengo todas las uvas, pero no tengo el racimo.



 




lunes, 20 de enero de 2014

Quarto de Hóspedes

 
Quarto de Hóspedes (Ed. Lingua Morta, Lisboa, 2013) es una pequeña apuesta por acercar la poesía portuguesa y española. Tengo en ella el honor de participar junto a nombres como Miguel Martins, Heitor Ferraz Mello, Ernesto Pérez Vallejo, José Manuel Teixeira da Silva, António Barahona, Roger Wolfe, Frederico Pedreira, Joan Margarit, José Ángel Cilleruelo, Fernando Pinto do Amaral, Josep M. Rodríguez, Vasco Gato, João Almeida, Carlos Poças Falcão, Jorge Roque, António Gregório, Luis Manuel Gaspar, Nunes da Rocha, Rui Nunes, Rui Baião, José Carlos Soares, Renata Correia Botelho, Nuno Moura, Elena Medel, Luís Filipe Parrado, Fabiano Calixto, Abel Neves, Margarida Vale de Gato, Diogo Vaz Pinto, Luna Miguel, Paulo Tavares, Rui Pires Cabral, Luís Quintais, David Teles Pereira, Jaime Rocha, Hélia Correia, A. M. António Manuel Pires Cabral, Luis Alberto de Cuenca, Miguel-Manso y Rui Caeiro.

Mis agradecimientos al editor Diogo Vaz Pinto y a mi traductor Luís Filipe Parrado, que ha vertido a su idioma este poema mío, inédito hasta la fecha. Lo dejo tal cual, en portugués:
 
 
AUTO-RETRATO
 
Gosto muito, de ao acordar, abrir a janela de par
em par como um postal japonés de papel de arroz.
Descer ao mundo e confirmar que tudo está como debe:
o toldo limpo do céu, a erva, o sol e as formigas.
Tudo em completa ordem, perfeitamente disposto
como no início de uma partida de xadrez:
à minha direita, o lado direito, o outro à minha esquerda
e eu avançando no meio de tudo, Peão Quatro Rei.
 
Quando vou a teu lado raramente vou comigo:
sou o que volta atrás enrolando o caminho,
o que desmonta o cenário pedra a pedra,
as árvores folha a folha, os instantes um a um.
O que varre os cravos empalidecidos da estreia.
O que apaga a luz ao sair pela porta dos fundos.
 
Do porvir sei o que devo: depois da tromba
virá o resto do elefante, arrasando-o completamente.
Ao pasado não peço contas,
faltam-lhe dedos para as fazer todas.
As coisas que vão ficando para trás
fazen-se mais e mais pequenas - cada vez mais.
Amável, a nostalgia emprestar-te-á a sua lupa
de coleccionador se a quiseres ver bem.
 
Quanto ao resto sou talvez o último ramo
de uma árvore genealógica com temor do inverno.
Aquela que não dá rebentos, nem sombra, nem pássaros.
O que me reserva a vida? Não sei.
As cerejas vêm em pares, duas
a duas, juntas, e cabem na minha boca.
Os dias, surgindo um a um, enchem
as margens do coração e transbordam-no.
 

lunes, 13 de enero de 2014

La luminosa memoria


La casa amarilla
Julio Espinosa
Pre-Textos, 2013
 
Decía Jorge Luis Borges que “somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Innumerables son los autores que, a lo largo de la historia, han cimentado toda su arquitectura poética sobre esa memoria fundacional, hasta el punto de definir la poesía como “el arte de la memoria ante la perspectiva de la muerte” (Antonio Gamoneda). Aunque inexacta o falible, la memoria es la única máquina del tiempo de que disponemos para remontarnos hasta los días lejanos y luminosos de la infancia. Si viajamos con frecuencia a ese paraíso perdido es acaso porque, como Leopoldo María Panero creía entender, “en la infancia vivimos y luego sobrevivimos”. Sin detenerme a evaluar el alcance de tal afirmación, uno se atreve a asegurar que la memoria es, con todo, una herramienta de supervivencia.
 
Felizmente galardonado con el Premio “Villa de Cox” y editado por Pre-Textos, La casa amarilla de Julio Espinosa Guerra es un impecable y delicado viaje en el tiempo por los terrenos pantanosos del olvido. Su objetivo último no es otro que el rescate de la memoria familiar. En consecuencia, su poesía tiene más visos de reconocimiento que de conocimiento. Reconocimiento póstumo de la figura del padre y memoria instrumental del autor para inmortalizarla: “Porque el más bello muerto es el que sigue respirando en la arruga de un papel”.
 
El poeta circunscribe esa memoria a un territorio, a un hogar, a esa “casa amarilla”. Sin embargo, los hechos que se vislumbran en ese espacio cuasi mitológico aparecen fragmentados en sensaciones sueltas, en detalles deshilachados que no permiten componer una escena total ni parecen remitir a un contexto totalizador. ¿Por qué? Quizás porque, como apunta Sergio Gaspar en la cita inaugural del libro,  “vivimos todo pero contamos sus fragmentos”.
 
Más fragmentos del espejo roto: “Es 1979. Tengo cinco años. No entiendo muy bien lo que ocurre, pero algo ocurre”. Una sombra desasosegante y omnipresente parece recorrer todo el poemario, amenazando con sofocar la luz protectora del hogar. Uno de los aciertos del libro es justamente ese: no atribuirle forma concreta a esa amenaza, no ponerle cara ni nombre al monstruo de la opresión dictatorial. Como sabe bien cualquier gran maestro del género de terror, el miedo sin rostro es un miedo todavía más atroz y penetrante.
 
No voy a descubrir nada nuevo si afirmo que el amarillo tiene en el libro de Julio Espinosa una obvia carga simbólica: es el color de la luz, del entendimiento, de la memoria, de las viejas fotografías que palidecen. Pero también es el color de la fiebre, del poder y de la ira. Porque la casa amarilla podría ser igualmente una Chile manchada por la bilis y las luces inquisidoras de los helicópteros militares que sobrevuelan los recuerdos del autor.
 
En medio de esa atmósfera inquietante, la figura del padre se alza siempre tierna y apaciguadora: el padre es el sosiego y la armonía frente a la furia y la desproporción de la dictadura militar. Es la paciencia personificada, esa presencia que talla figuras, que construye y que escribe en contraposición a una barbarie colectiva que oprime, devasta y destruye.
 
El régimen dictatorial que le tocó vivir tempranamente a nuestro autor se había servido del olvido para deshabilitar la memoria histórica y reescribir el pasado reciente. De alguna manera, con este poemario, Julio torna a reescribir ya no la historia de un país, sino la intrahistoria de una familia, sus pequeños gestos cotidianos. Es decir, la historia de las gentes “sin historia” y que sirve de “decorado” a la Historia con mayúscula. Y lo hace en un tiempo verbal que resulta muy sintomático: el presente, puesto que el presente resulta cercano y vivaz como el recuerdo subjetivamente lo es. “La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo”, escribió Dylan Thomas. O lo que es lo mismo, pero trasvasado al mundo personal de Julio Espinosa: “las pequeñas uvas rosadas siguen creciendo en mi memoria”, “la bicicleta sigue estrellándose en el limonero”, “y la piedra que voló para quitarle de una sola vez los dientes de leche a Carlos, sigue suspendida en el aire, zumbando”.
 
En La casa amarilla volvemos a redescubrir los pequeños tesoros cotidianos de la ya lejana geografía familiar: texturas, colores, olores, sabores. Todo se huele, se palpa y se degusta. Escribe el poeta: “todo es claro cuando vemos con los ojos del asombro”. Recuperar esa mirada asombrada de entonces, pero desde la experiencia y la madurez de hoy, ha sido el gran desafío inicial de este libro, todo un reto cumplido.
 
Ahora bien, si los anteriores libros de Julio (NN y Sintaxis asfalto) estaban recorridos por una inquietud acerca del lenguaje y del propio acto de escribir, en La casa amarilla esta preocupación apenas se vislumbra en la última parte del libro: “Un poema es un lugar y ese lugar, que suele ser una casa con su puerta, su recibidor, sus habitaciones, sus pasillos, basta para volver a ver a los ojos a los seres amados, que ya no viven más que en los recovecos de otra casa llena de bifurcaciones: no la memoria, sino su plagio”.
 
Acaso Julio Espinosa nos ofrece su mejor poemario hasta la fecha. Con toda seguridad es el más intimista, el más cálido, el más próximo al lector. Su prosa poética (tan rica en matices e imágenes plásticas, tan arropada por un ritmo arrullador y cuidadamente estudiado) nos invita a observar la vida como lo que es: un regalo sagrado que no puede ni debe ser arrebatado por la fuerza de los hombres más allá de la fuerza telúrica y mágica de la naturaleza.
 
JESÚS JIMÉNEZ DOMÍNGUEZ
Revista Clarín, nº 108. Noviembre-Diciembre de 2013.

lunes, 6 de enero de 2014

Cosecha poética de 2013


1- Miniaturas de tiempos venideros. Poesía rumana contemporánea, VV.AA. (Vaso Roto). Edición bilingüe de Catalina Iliescu Gheorghiu.
2- El mundo no se acaba, Charles Simic (Vaso Roto). Edición bilingüe de Jordi Doce.
3- Retrovisor. Poemas elegidos 1992-2012, Martín López-Vega (Papeles Mínimos).
4- Lo que dijimos nos persigue, Nikola Madzirov (Pre-Textos). Traducción de Yolanda Castaño y Marija Petrovska. Prólogo de Josep M. Rodríguez.
5- Aurora, Lêdo Ivo (Pre-Textos). Traducción de Martín López-Vega.
6- Vivo en lo invisible, Ray Bradbury (Salto de Página). Traducción y prólogo de Ariadna G. García y Ruth Guajardo González.
7- Mis padres: Romeo y Julieta, Pablo Fidalgo Lareo (Pre-Textos).
8- Después de Spicer, Dolan Mor (Aduana Vieja).
9- Balada para Metka Krašovec, Tomaž Šalamun (Vaso Roto). Traducción de Xavier Farré.
10- 31 poemas, David Mayor (Pre-Textos).
11- La casa amarilla, Julio Espinosa Guerra (Pre-Textos).
12- Circo unipersonal, Charles Simic (¡Arre!). Traducción de Martín López-Vega.


Cosechas anteriores:
 
2012: Poesía completa, Zbigniew Herbert (Lumen). Traducción de Xaverio Ballester.
2011: El fugitivo, Jesús Aguado (Vaso Roto).
2010: El gran número, Fin y principio y otros poemas, Wislawa Szymborska (Hiperión, 5ª edición). Edición de Maria Filipowicz-Rudek y Juan Carlos Vidal.
2009: La voz a las tres de la madrugada, Charles Simic (DVD ediciones). Traducción y prólogo de Martín López-Vega.