lunes, 30 de mayo de 2016

Feria del Libro de Zaragoza 2016


El viernes 3 de junio, de 19:00 a 21:00 horas, en la plaza Aragón, estaré -bolígrafo en ristre- acechando en la Feria del Libro de Zaragoza. Nos vemos por allí, si queréis.

lunes, 23 de mayo de 2016

Feria del Libro de Huesca 2016


El martes 31 de mayo por la tarde, en la plaza López Allué, estaré -bolígrafo en ristre- acechando en la Feria del Libro de Huesca. Nos vemos por allí, si queréis.

lunes, 16 de mayo de 2016

lunes, 9 de mayo de 2016

lunes, 2 de mayo de 2016

El proceso de escribir un poema (entrevista)




 

El qué, cómo y por qué del trabajo de Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970), poeta, autor de Diario de la Anemia / Fermentaciones (Olifante, 2000), Fundido en Negro (DVD, 2007), Frecuencias (Visor, 2012) y Contra las cosas redondas (La Bella Varsovia, 2016).


  • ¿Cómo es tu proceso de trabajo en el momento de escribir un poema?
El proceso de creación poética es un misterio que no soy capaz de explicar siquiera con meridiana claridad. En uno de sus poemas, Billy Collins habla de la ventana como del lugar de trabajo de los poetas. Es decir, observación como punto de partida. A esto habría que añadirle, claro, la imaginación, el pensamiento, la técnica y la retórica. Y todo eso, junto, configura un estilo. Cómo se ensambla y engrasa esta maquinaria continúa siendo todo un misterio que nunca intento desentrañar. La máquina funciona, o eso creo. ¿Para qué desarmarla y ver cómo es por dentro?
  • ¿Cuáles son los principales obstáculos a los que te enfrentas a la hora de escribir?
Inicialmente, en ocasiones, la página en blanco puede resultar un muro cegador, la imagen del clásico bloqueo que todos los escritores hemos padecido alguna vez. En ese vacío no hay nada y a la vez está la posibilidad de todas las palabras existentes y de sus infinitas combinaciones entre sí. Esa libertad, paradójicamente, es capaz de coartar, de intimidar. A mí, ya lo digo, me ocurre en ocasiones. Paul Valéry decía que el primer verso lo facilitan los dioses, pero conmigo a veces se muestran más caprichosos y me dictan el último. O lo que es peor: uno que va a mitad del poema. Y he de ir haciendo el camino hasta entroncar o desembocar en él. Es una manera muy lírica de explicarlo, lo sé, pero en ocasiones es así. Lo que más me cuesta del poema son los primeros versos, el inicio. Luego todo resulta algo más fácil. Llega un momento en que sabes que tienes el armazón del poema y a partir de ahí has de llenar huecos o no (porque el poema también necesita zonas de ventilación), pulir bien las palabras y ser lo más preciso que puedas con el lenguaje. La precisión en poesía es imprescindible. Hay que saber elegir bien los jugadores para tu equipo.
  • ¿De dónde vienen los temas de tus poemas? ¿La búsqueda es más exterior o interior?
No hay membrana impermeable entre el mundo exterior y el interior. Los dos están en comunicación constante. A veces un poema surge de una imagen visual construida desde la extrañeza resultante al mezclar dos realidades físicas o racionales muy diferentes entre sí. La imagen visual deviene entonces en imagen mental que me sirve para representar algo del ser humano. Interiorizo cuanto veo, insuflo vida a lo inanimado, lo integro en mi mundo personal y creo una especie de alegoría que explica (o lo intenta a su manera, al menos) el mundo en el que estamos.
  • Después de muchos años escribiendo y cuatro poemarios publicados, ¿tu método de trabajo ha cambiado?
Pues un poco sí. Antes era más intuitivo, ahora más calculador. Al principio, hace tiempo, mis poemas surgían más desde la improvisación de una imagen más o menos fortuita e iba añadiendo capas de imágenes colindantes, a menudo desde la irracionalidad, hasta construir el poema. Ahora no funciono así: pre-existe una idea bastante clara de lo que quiero contar y luego elaboro el poema de una manera muy racional, a veces muy cartesiana, procurando ser lo más claro y sencillo posible, pero sin caer en la simpleza. Así es como he funcionado en Contra las cosas redondas, mi último libro editado por La Bella Varsovia. Creo que, de esta forma, mi método ha ganado en premeditación y hondura. Lo que sigo siendo es muy meticuloso. Cada vez más. Corrijo mucho. Me paso más tiempo corrigiendo que escribiendo. No lo concibo de otra forma: se escribe con la goma de borrar.
  • ¿Compartes tus borradores con alguien buscando opinión?
Antes lo hacía más. Hasta que llegó un momento en que asumí que quizás era mejor equivocarme solo que en compañía, lo mismo que acertar. Debía aprender, además, a tomar mis propias decisiones y defenderlas hasta el final, aun a riesgo de errar. Eso forja una personalidad. Como aragonés, soy además muy cabezón y a menudo solía hacer poco caso de los consejos, ¿así que por qué no ahorrarles esa tarea a los demás?
  • ¿Retomas viejos poemas inacabados o que no funcionaban en su momento para darles más vueltas?
Sí. Ocurre de vez en cuando. Poemas que no acababan de funcionar en su momento por no acertar con el tono o el punto de partida, un día accionas un resorte oculto y todo parece ponerse en funcionamiento súbita y milagrosamente. Y termino pensando que quizás aquel poema interrumpido no funcionó en su momento porque se había adelantado a su tiempo.
  • En tu trabajo hay un buen número de referencias musicales, ¿cómo te influencia la música en lo que escribes?
Las referencias musicales abundaban sobre todo en mi segundo libro, Fundido en negro (DVD, 2007). Eran poemas un tanto laudatorios, referencias de mi iconografía musical personal (Gainsbourg, Syd Barrett, Jeff Buckley…). Estas referencias musicales han ido disminuyendo en los libros posteriores hasta convertirse en meras presencias anecdóticas. Quizás porque esas estatuas mitológicas del pop ya las estaban levantando profusamente otros poetas de mi generación. Las referencias literarias fueron más numerosas en Frecuencias (Visor, 2012) y también han ido desapareciendo paulatinamente. En Contra las cosas redondas (La Bella Varsovia, 2016) aparecen Rimbaud, Hölderlin y Byron, pero descontextualizados de su tiempo y condición. De todas formas, sigo escribiendo con algo de música de fondo. A menudo suena Nick Cave, pero no sé si ello puede influir en mi poesía. Supongo que en los estados de ánimo sí. Acaso si escuchara The Beach Boys, por citar algo muy diferente, mi poesía sonaría distinta, no sé.
  • El escribir poesía, ¿ha cambiado en algo tu manera de ver lo que te rodea?
Más bien es al revés. Mi manera de ver lo que me rodea ha ido nutriendo y matizando mis poemas. Yo, como persona, lógicamente voy cambiando y madurando y eso también se va notando en mi poesía. Acaso me haya vuelto más cínico y descreído, así que no es de extrañar que algunos de mis poemas hubieran heredado esas mismas facciones. 
  • ¿Qué te aporta la poesía frente a la narrativa?
Una vez entré en una librería que no solía frecuentar y pregunté por la sección de poesía. La dependienta tuvo que pensar un poco porque no lo recordaba. Luego recorrimos un pasillo y en un rincón, en las baldas más bajas y llenas de polvo, detrás de una papelera, descubrimos una decena de libros de poesía, no más. Estamos acostumbrados a que librerías y medios de comunicación traten la poesía como a la Cenicienta de la literatura, al patito feo que hay que esconder en un rincón. El público se lo ha creído hasta el extremo de preconcebir la poesía como algo que no merece la pena porque no se vende ni tiene presencia en los medios. Si no vende es que no será muy bueno. Estamos en un bucle continuo. La industria editorial funciona como cualquier industria de cualquier sistema capitalista. Exagerándolo al máximo, la novela es capitalista y la poesía antisistema. A los novelistas (a los best sellers y a los más reconocidos, sobre todo) se les imponen plazos de entrega. Hay que producir, producir y producir. Los poetas no conocemos la prisa. Y yo menos que nadie. Si la poesía fuera una empresa privada, a mí me hubieran despedido al segundo día por no producir lo suficiente. Eso, a la vez, me agrada y desagrada del mundo de la poesía: no existe presión del mercado porque sencillamente el mercado no existe. Yo releo continuamente los libros de poesía que me gustan. No sé si existirán muchos lectores que hagan lo mismo con sus novelas favoritas. Los buenos libros de poesía son inagotables, así que pagar 10 o 12 euros por uno de ellos me parece incluso una ganga: siempre vuelves a ellos porque siempre te muestran algo nuevo, te recargan las pilas continuamente. Me gusta también mucho la novela, no lo niego. Pero llevar un buen libro de poemas en el bolsillo del abrigo, en el lugar donde algunos llevan una petaca de whisky, puede salvarte (o aliviarte, al menos) la vida en un momento dado.
  • ¿Cuál es (o debería ser) la función de la poesía a nivel cultural?
No lo sé. Pero la poesía, la buena poesía, nos enseña cosas muy íntimas del mundo y de nosotros mismos; cosas que, si no, incluso se nos olvidarían. La poesía es memoria viva de cuanto somos y dejaremos de ser. La poesía es ese gran caer en la cuenta, ayuda a conocernos. Es una ciencia subjetiva y no exacta, y deja mucho a la imaginación. Francamente no entiendo que los libros de autoayuda se vendan mucho más que los libros de poesía, porque la poesía tiene una fuerza terapéutica impresionante, muy potente. Si la poesía (y esto, claro, sirve también para la novela no comercial y más arriesgada) no está más presente en la vida cultural es porque en el mundo en el que vivimos no queremos cultura, queremos industria.

Entrevista de Lucía Bailón
para la revista Borrador
24/04/2016